LA TERCERA

MENSAJE A LA NACIÓN DEL JEFE DEL MOVIMIENTO REVOLUCIONARIO,

GENERAL DE BRIGADA MANUEL A. ODRÍA,

AREQUIPA, 27 DE OCTUBRE DE 1948

Frente a la situación de desquiciamiento institucional y de zozobra pública que acusa la vida de la nación desde hace más de tres años a causa de la probada incapacidad directriz del ciudadano a quien se confiara la Primera Magistratura, los Institutos Militares de la República, con clara conciencia de sus responsabilidades históricas y de sus deberes patrióticos, y en cumplimiento de la sagrada misión que les señala la Constitución del Estado, se ven en la obligación ineludible de deponer al Gobierno, único modo de cancelar este oscuro período de desaciertos, de permanente intranquilidad y de inacción constructiva que está llevando al país al más completo e irreparable desastre.

Constituye, pues, un imperativo detener al Perú en su angustiosa marcha hacia el caos, para emprender, sin nuevas tardanzas, la urgente tarea de reencauzar a nuestra patria por senderos de normalidad, mediante la actividad democrática dentro del orden, a fin de realizar, por el trabajo y en ambiente de paz, la obra de superación y de progreso que la nacionalidad exige.

No sólo se está llevando a la nación a la ruina, sino que, además, se ha tratado en todo instante, por diversos medios, de debilitar el poderío, de menoscabar el prestigio y de destruir la unidad de los Institutos Armados, unas veces por inexplicable lenidad y hasta condenable complacencia ante las maniobras subversivas de la demagogia aprista, y otras por acción directa y deliberada del Gobierno, como cuando el gabinete militar tuvo que renunciar, irrevocablemente, porque el señor Bustamante no quiso tomar ninguna decisión para solucionar el grave problema político en el que se debatía el país y para el que, específicamente, fue constituido este gabinete, solución que el país esperaba y en la que estaba empeñado el prestigio de nuestras Fuerzas Armadas.

Los atentados contra los Institutos Militares, que son atentados contra la defensa nacional, constituyen calificados delitos de lesa patria. La reciente sublevación del Callao, ha sido el resultado de esa política condenable de permitir al APRA su criminal campaña de desquiciamiento de los Institutos Armados, dejando en completa libertad a los agitadores de esta secta internacional para llevar a cabo, impunemente, sus inconfesables propósitos de ganarse a las clases subalternas e inducirlas al asesinato de sus oficiales y jefes. A pesar de las denuncias documentadas que se presentaron ante el ex-gobernante, éste no quiso que se tomaran medidas efectivas para evitar esta propaganda sectaria en los cuarteles.

Y no obstante la evidencia de que el APRA estaba conspirando para instaurar un régimen totalitario, el Gobierno, con incalificable negligencia, no hizo nada por conocer los hilos de un complot que para nadie era un secreto. Sólo la Providencia y el coraje de nuestros soldados pudo salvar al país de una masacre gigantesca si hubiesen prosperado en Lima y en otros lugares de la República los siniestros planes subversivos del APRA que pasaron desapercibidos al Gobierno. Este no supo tomar medidas para prevenir el peligro y un conjurarlo tan pronto se hubiera producido. Y no fue capaz de sancionar a los culpables como se merecen y como la vindicta pública hoy reclama.

La política del Gobierno cesante está definida en una frase del ciudadano que lo presidía: “Nadie podrá decir honradamente que el Gobierno no ha sabido esperar”.

Y es cierto. Claro que esperó, claro que dejó, por lenidad inexcusable, que se complotara libremente. Mientras el Gobierno esperaba paciente y en la inercia más completa, la nación se hundía y los conspiradores se preparaban. El precio de esa paciencia son los centenares de muertos que dejó el movimiento del 3 de octubre. El Gobierno esperaba que hubiera muchas víctimas y que hubiera charcos de sangre que le sirvieran de justificación. Por el egoísmo de llenarse de razones, esperó, toleró y dejó que avanzara el mal y los propósitos criminales del APRA. Y sólo estuvo satisfecho cuando vio a peruanos luchar contra peruanos.

Para llegar a tan macabro y doloroso resultado se puso en peligro el presente y el porvenir de la República, que fueron salvados, no por acción del Gobierno, sino por el heroísmo y bravura de los institutos militares, que se batieron con bizarría, como lo han hecho siempre que la patria se lo demandó. Todo esto se ha producido porque el señor Bustamante no fue capaz de asumir las responsabilidades que le tocaban como mandatario de la nación. Era su deber ineludible prevenir luchas políticas y saldos trágicos como los que arrojó el sangriento motín del Callao.

El Gobierno que cesa estaba a merced de los acontecimientos porque sus hombres carecían de visión para preverlos. Sus continuos fracasos fueron un estímulo para nuevos errores, que han causado profundo daño a los institutos militares, confirmando así que no se supo apreciar ni comprender lo que ellos significan. El Gobierno del señor Bustamante no ha hecho ni un solo cuartel. La construcción de la Escuela Militar, obra que inició e impulsó el anterior régimen, ha quedado paralizada por completo. Se colocó la primera piedra del Hospital Militar en solemne ceremonia y de ese proyectado nosocomio, tan necesitado hace tiempo por el Ejército, no se ha colocado hasta ahora ni un ladrillo sobre otro; sólo se ha hecho un acto espectacular. Para arreglar los techos del cuartel de Huancané, se ha disminuido el efectivo del Batallón N° 21 de 900 a 500 hombres, a fin de que con el producto de estas economías se financiara la obra. No se ha adquirido armamentos ni materiales, ni equipos, ni siquiera los elementos necesarios para la instrucción militar. Los fondos de la defensa nacional creados por leyes especiales y que debieron ser intangibles están involucrados en el Presupuesto General de la República y se invierten en otros gastos. El desdén con que se ha venido tratando todas las cuestiones relacionadas con la vida del Ejército, se hizo más ostensible al adoptarse, recientemente, el inconcebible proyecto de reducir por economía en una tercera parte los efectivos militares, dejando así a la defensa nacional en lamentables condiciones de inferioridad frente a las necesidades permanentes de la nación. ¿Es concebible que así se proceda con un Ejército que, en unión de las otras Fuerzas Armadas de la República, ha dado, no hace mucho tiempo, días de gloria a la patria? ¿Podrían tolerarlo los institutos militares del Perú?... Jamás.

Agréguese que, desde hace más de tres años, en nuestro país no se disfruta de paz. Son tres largos años de despilfarro de los recursos nacionales, porque durante ese lapso no se ha realizado una sola obra pública digna de tomarse en cuenta. Todos los gobiernos anteriores a julio de 1945, cualquiera que fuera su matiz y su orientación, han efectuado obra constructiva, en mayor o menor grado.

La Historia de la República, aún en las etapas iniciales de formación institucional, se señala por realizaciones de diversos caracteres que son los jalones de nuestro progreso. En julio de 1945 se abrió, por desgracia, un paréntesis de completa inactividad. Nada se ha hecho en tres años. En los anales del desenvolvimiento de nuestra patria, después de más de cien años en los que se registran los esfuerzos, grandes y pequeños de los gobiernos sucesivos, acaban de agregarse tres páginas en blanco que corresponden a estos tres últimos años de inacción y de abandono.

Frecuentemente el ex gobernante, con su habitual falta de gallardía, trató de que se atribuyera a otros la responsabilidad de sus propios errores, pero lo real es que los desbordes del APRA contaron muchas veces son su aprobación expresa o tácita.

En gran número de oportunidades, el ex Presidente Bustamante puso su firma en documentos que consagraban abusos y, en los demás casos, optó por dejar hacer como si su función fuera la de mero espectador, limitándose, para tranquilizar su conciencia, a emitir mensajes, pláticas y discursos, creyendo quizás que con palabras y sólo con palabras podían compensarse los tremendos perjuicios que el país estaba sufriendo.

Lo evidente es que jamás tuvo programa, y que ni siquiera quiso tenerlo. Lo único que deseó es que pasara el tiempo, sin tomarse el trabajo de resolver ningún problema. El señor Bustamante ha seguido una política maquiavélica y funesta.

Dividió, mejor dicho, pulverizó con sus intrigas a todos los sectores antiapristas para quitarles fuerza y poder manejarlos a su antojo, con la amenaza del APRA, secta a la que sólo pensó contener con los Institutos Armados abusando de su lealtad y sin importarle su desgaste por la continua alarma en que vivieron todos sus miembros. Vio con indiferencia las luchas habidas ya entre los elementos de nuestras instituciones militares y los intentos de subversión y no le importó que fueran camino a la desintegración con tal de poder seguir él su línea y su política funesta. Hoy, podemos ver que después del sangriento motín del Callao, no tomó ninguna medida eficaz para desarmar y desorganizar las brigadas de búfalos y las organizaciones sectoriales del APRA, y para eliminar así, toda posibilidad de capturar el poder. Mientras no se haga esto el Decreto Supremo que pone fuera de la ley a la secta internacional será letra muerta y permanente pretexto de subversión para sus fanáticos afiliados.

El pueblo clama por soluciones y no se le atiende. La nación tiene recursos y reservas que es fácil poner en movimiento para traducirlas en bienestar colectivo y en progreso de la patria. Hubiera sido suicida permanecer cruzados de brazos, resignadamente ante tantos males y peligros, hasta que se venciera el plazo constitucional, viendo al Perú hundirse bajo el peso de la miseria, del hambre, de la desconfianza, del descrédito.

Por lo tanto, los institutos militares de la República han resuelto constituir un Gobierno Provisorio, que ha de tener la duración más breve posible y, cuyo objetivo es, fundamentalmente, la restauración de una verdadera constitucionalidad democrática.

En tanto se restablezca, por el voto ciudadano, secreto y libre, la normalidad constitucional, el Gobierno Provisorio adoptará las medidas que aseguren el ordenado y tranquilo desarrollo de la vida nacional, y administrará, escrupulosamente, los recursos del erario público, aplicándolos a la atención de los servicios indispensables, a la ejecución de obras que eleven el nivel general de vida, contemplando así los intereses de las clases trabajadoras y que impriman al Perú un ritmo de avance comparable al de los otros países hermanos de América.

El Gobierno Provisorio mantendrá todos los compromisos internacionales y en cumplimiento del pacto suscrito en Bogotá, eliminará todo brote comunista y totalitario para preservar al Perú y a la América de los peligros que se derivan de esas doctrinas disolventes que predican el odio de clases y que tienen el desorden y la agitación como método.

Finalmente, los Institutos Armados hace un llamamiento a la ciudadanía para que inspirándose en el más puro civismo, colabore a los fines de pacificación y restauración democrática que se anuncian en este documento.

¡A salvar al Perú del caos al que lo condenara la política funesta del Gobierno y

los propósitos subversivos del APRA!

¡Viva el Perú!

¡Vivan las instituciones armadas de la República!

¡Viva la democracia!

LA TERCERA

CONSTITÚYASE LA JUNTA MILITAR DE GOBIERNO

BAJO LA PRESIDENCIA DEL GENERAL MANUEL A. ODRÍA

EL PRESIDENTE DE LA JUNTA MILITAR DE GOBIERNO

Considerando:

Que ha sido depuesto el Presidente de la República, doctor José Luis Bustamante y Rivero, como consecuencia de la acción de los Institutos Armados iniciada en Arequipa el 27 del presente;

Que ha sido exteriorizada la opinión del país en el sentido de conferirme el mandato supremo del Estado como jefe de ese movimiento, para iniciar la labor de reconstrucción nacional trazada en el manifiesto que ha expresado los ideales de la revolución;

Decreta:

Constitúyase una Junta Militar de Gobierno que será presidida por el general de brigada Manuel A. Odría e integrada por los siguientes miembros:

Ministro de Relaciones Exteriores y Culto, contralmirante don Federico Díaz Dulanto;

Ministro de Gobierno, Policía, Correos y Telecomunicaciones, teniente coronel don Augusto Villacorta;

Ministro de Justicia y Trabajo, teniente coronel don Marcial Merino;

Ministro de Guerra, general de brigada don Zenón Noriega;:

Ministro de Hacienda y Comercio, coronel don Luis Ramírez Ortiz;

Ministro de Fomento y Obras Públicas, teniente coronel don Alfonso Llosa C. P.;

Ministro de Marina, contralmirante don Roque A. Saldías;

Ministro de Educación Pública, coronel don Juan Mendoza;

Ministro de Salud Pública y Asistencia Social, coronel don Alberto López;

Ministro de Aeronáutica, general don José Villanueva;

Ministro de Agricultura, coronel don Carlos Miñano;

Por tanto:

Mando que se le dé el debido cumplimiento y publicación.

Dado en la casa de Gobierno, en Lima a los treinta días del mes de octubre de milnovecientos cuarenta y ocho.

Manuel A. Odría, Presidente de la Junta Militar.

domingo, 15 de diciembre de 2013


 MENSAJE DEL PRESIDENTE DEL PERÚ,GENERAL MANUEL A. ODRÍA AMORETTI, AL CONGRESO NACIONAL, EL 28 DE JULIO DE 1950

Señor Presidente del Congreso Nacional; Señor Presidente de la Corte Suprema; Señores miembros del honorable Cuerpo Diplomático; Señores Representantes a Congreso:
Al recibir la insignia del mando supremo de la nación, debo expresar mi profunda gratitud a mis conciudadanos que me han hecho el depositario de su confianza y de su fe al encomendarme los destinos del país para conducirlo por el camino del orden y del progreso. Tan altísimo honor me ha sido discernido en circunstancias especiales, después de haber sido jefe de un gobierno revolucionario. En forma inobjetable, el pueblo ha dado su veredicto en el proceso electoral que culmina con esta solemne ceremonia y su franca aprobación a la causa del movimiento restaurador del 27 de octubre de 1948.
La política interna del Perú durante los últimos años ha sufrido graves quebrantos. Sinuosa, desordenada, sin coherencia y sin tener objetivo definido, buscaba camino, sin encontrarlo. Fue así posible que insurgieran, bajo el signo negativo del sectarismo, doctrinas disolventes y antipatrióticas inspiradas en el credo marxista internacional, que originaron la más grave crisis política y social que agobiara al Perú desde el glorioso día de su emancipación.
El Poder Legislativo estuvo sujeto a consignas emanadas de un grupo sectario prepotente, que invadió la administración pública, adueñándose de sus resortes y anulando toda ordenada y legítima función del Gobierno. Esto y la organización de células parlamentarias desmedró y desprestigió al Congreso Nacional, reduciéndolo a simple instrumento de un partido totalitario y marxista, a su vez sometido al capricho y voluntad omnímoda de su jefe. El Poder Ejecutivo perdió toda su autoridad, debilitándose por no afrontar la crisis y conjurarla. Una revolución organizada por el aprismo estalló en el Callao el 3 de octubre de 1948 y sólo pudo ser debelada por la heroica y patriótica actuación de los institutos armados, pero dejando un luctuoso saldo y desacreditando aún más al Gobierno.
La República se encontraba, entonces, al borde del caos y del  desquiciamiento de sus instituciones y era evidente que corría el gravísimo peligro de caer en una dictadura sectaria que se preparaba para la comisión de toda clase de crímenes y desmanes. Ante esta situación era premioso restaurar el imperio del orden y de la autoridad que son esenciales a la vida del Estado, para garantizar el derecho a vivir sin temor a perder la vida, la libertad o el trabajo. Esta grave crisis interna generó la revolución restauradora del 27 de octubre de 1948, que tuvo éxito fulminante, porque respondió a un anhelo de toda la ciudadanía sana del país.
Triunfante este movimiento, la Junta Militar de Gobierno asumió la elemental tarea de devolver a la República el orden y la tranquilidad perdidos y su normal trayectoria democrática, preparando al país para su ingreso a la constitucionalidad. El voto popular, al consagrarme el 2 de julio de 1950, Presidente Constitucional del Perú, ha aprobado, con carácter plesbiscitario, la patriótica actuación de los institutos armados, cuyos integrantes, dando ejemplo de disciplina, de desinterés y de esfuerzo constructivo han prestado invalorable servicio a la nación y han demostrado que se les puede confiar a plenitud, no sólo la obligación de defender el honor de la República y su integridad territorial, sino también salvaguardar el imperio de sus instituciones democráticas, hoy constituidas por ciudadanos libremente elegidos.
Cuando decidí postular mi candidatura a la presidencia de la República invoqué única y exclusivamente la voluntad del pueblo. A él correspondía resolver, en ejercicio de su derecho soberano, a quienes debía encomendar el manejo de la cosa pública. El resultado de las elecciones del 2 de julio, ha evidenciado en forma concluyente que la ciudadanía rechaza el sectarismo aprista y que esas fuerzas marxistas internacionales, causantes de todas las tribulaciones que ha sufrido la nación, constituyen insignificante minoría que no ha podido, pese a sus maquinaciones y a su alianza con políticos descontentos, impedir la marcha del movimiento restaurador hacia el imperio de la democracia. La voluntad del pueblo y el apoyo de las fuerzas vivas del país me permite asumir el Mando Supremo libre de todo compromiso con personas o sectores políticos. Nadie puede reclamarme el cumplimiento de pacto o convenio, porque ninguno he contraído. Mi elección es producto inobjetable del voto popular, expresado abrumadoramente. Me debo, pues, únicamente al pueblo que me ha conferido su mandato. Esta situación me permite buscar a mis colaboradores entre los ciudadanos más capaces del país, que pueden contribuir eficientemente a la realización de mi programa de gobierno.
Debo puntualizar, ante la grave situación que afronta el mundo, cuál será mi política internacional. El Gobierno que inauguro declara su respeto y anuncia su decisión de cumplir, fiel y lealmente, los tratados y los pactos internacionales y su deseo de mantener las más cordiales relaciones con todas las naciones democráticas. Frente al avance del comunismo en América y en el mundo, la posición de mi Gobierno es definida y categórica: el Perú se alineará, sin vacilaciones ni temores, al lado de las naciones democráticas y colaborará con ellas en las horas decisivas que se acercan. No puedo dejar de expresar en este momento culminante la simpatía y el afecto del pueblo peruano y de su Gobierno hacia las Naciones Unidas en la cruzada que han iniciado en defensa de nuestra civilización y democracia.
Consecuente con sus tradiciones internacionales, el Perú seguirá una política de buen vecino y no se inmiscuirá en los asuntos internos de las naciones amigas, pero en defensa de su soberanía exigirá igual respeto para sus propios asuntos domésticos.
Propiciará mi Gobierno, de modo muy especial, el fomento de un efectivo panamericanismo, que haga realidad la unión espiritual de los países de este continente y el cumplimiento de los pactos para la defensa y ayuda mutuas. En este sentido recomiendo al Congreso se sirva prestar, lo más pronto posible, su ratificación al Tratado de Río de Janeiro de 1947.
El pueblo peruano ha demostrado en todo tiempo fervor religioso y fe en su credo católico. El Estado profesa esta religión y acabo de jurarle protección cumpliendo un mandato de nuestra Carta Magna. Mi Gobierno mantendrá, pues, con la Iglesia Católica las más cordiales relaciones y serán merecedores de mi consideración especial sus dignidades eclesiásticas, el clero regular y secular y, en general, todas las órdenes religiosas establecidas en el país. Ahora que se celebra el Año Santo encuentro ocasión propicia para expresar nuestro afecto y respeto filial a Su Santidad el Papa Pío XII, venerable y excelsa figura de la cristiandad.
El nuevo régimen constitucional mantendrá la misma orientación que ha seguido la Junta Militar durante los 21 meses que estuvo en el poder y, aunque ésta es ya conocida, considero necesario hacer un breve bosquejo de mi programa de acción.
En el orden interno, nada puede interesar más a un Gobierno de esencia democrática que realizar una auténtica política de justicia social. Durante mi gestión, como Presidente de la Junta Militar de Gobierno, he probado mis anhelos por conseguir el bienestar de los hombres y mujeres que trabajan. Conozco sus necesidades y dolores y me identifico con sus sentimientos. En esta nueva etapa de mi vida política aspiro a resolver integralmente sus problemas. Para conseguirlo, es indispensable que el trabajador obtenga, como atributo esencial de su dignidad y de su esfuerzo, una remuneración adecuada que le permita vivir con decoro y ser jefe de familia sana y feliz. Para amparar a los trabajadores en sus justas reivindicaciones se creó el Ministerio del Trabajo. Igual fin tienen todos los decretos-leyes dictados por la Junta Militar que han colocado a nuestra legislación social entre las más avanzadas del mundo. Se ha elaborado un moderno y bien meditado proyecto de Código del Trabajo, que muy pronto someteré a la consideración del Poder Legislativo.
Estos beneficios para los trabajadores se han concedido y se concederán después de maduro estudio y cuidando que no afecten a los empleadores, cuyos derechos y justas peticiones han merecido y merecerán siempre mi atención, porque la armonía entre el capital y el trabajo es indispensable para crear la riqueza en general, que equitativamente debe distribuirse entre quienes la crean y la promueven, correspondiendo al Estado la suprema función de regular esos derechos.
Para conseguir el mejoramiento de las condiciones de vida de los trabajadores, es menester un aumento de la producción, que permita el reajuste de nuestra economía y el desenvolvimiento normal de nuestras finanzas, que de oportunidad al trabajo y atracción al capital para su inversión reproductiva. Este aumento de la producción servirá para asegurar y garantizar las necesidades de nuestro consumo, con lo que obtendremos la emancipación económica y la revalorización de nuestra moneda.
El Gobierno simpatizará con todo esfuerzo de los trabajadores encaminado al logro de una auténtica libertad sindical y a la formación de sus organismos directrices, destinados al amparo y defensa de sus derechos. Las directivas de sus sindicatos y centrales deben responder a la voluntad mayoritaria de los trabajadores y no a influencias políticas que desnaturalizan su función y, mucho menos, obedecer a consignas internacionales, porque los trabajadores son peruanos y trabajan para el Perú, para el progreso y grandeza de la patria y la familia peruana.
Formas efectivas de asistencia social son: el Seguro Social Obrero y del Empleado, últimamente establecido; la construcción de hospitales, la reforma de las beneficencias públicas, ampliando sus recursos y el incremento incesante de los organismos de previsión. Todo esto será objeto de un vasto plan que significará gran esfuerzo y que no por su magnitud debe arredrarnos, pues, el primer deber de todo Gobierno es el de salvar el potencial humano. Velar por la salud del pueblo fue preocupación inicial de mi Gobierno y la primera palabra de mi lema: Salud, Educación, Trabajo, porque así se  cumple el imperativo que resulta de la igualdad de derecho a la vida y a la felicidad.
Sí la salud del pueblo debe ser objeto de nuestra principal preocupación y cuidado, también debe serlo el de su educación que pone al alcance de todos los hombres y mujeres las mismas oportunidades y el mismo derecho a ocupar, por su capacidad, las mejores posiciones en la vida. La verdadera democracia requiere también la igualdad por la cultura. El desnivel de ella entre los hombres ha dado lugar, en todos los tiempos, al abuso y a la explotación, como el marcado desnivel económico ha engendrado el descontento y la perturbación social.
Prestaré especial atención al impostergable problema de la vivienda para las clases pobres, tan íntimamente ligado al de la salud. Casa higiénica, con aire y luz, con indispensable confort; alimentación adecuada para la conservación del capital humano. La Corporación de la Vivienda merecerá, pues, todo el apoyo de mi Gobierno, para ampliar la construcción de unidades vecinales en las ciudades de la República, en las que se han formado densas poblaciones de trabajadores.
La escuela, entre nosotros, no será el improvisado local, inapropiado y antihigiénico, en el que se da instrucción a nuestros niños y adolescentes con peligro de su salud y mengua de la función docente.
En consecuencia, mi Gobierno continuará la política iniciada por la Junta Militar de Gobierno que dirigió los destinos de la República. El nuevo régimen constitucional seguirá creando escuelas y colegios; continuará la construcción de las grandes unidades escolares, aumentará el número de las escuelas ambulantes para llevar la civilización y la cultura a las comunidades indígenas y, a todas ellas se les dará los medios que sean necesarios para que puedan cumplir, con eficiencia, su función educativa.
Esmerado interés pondré en el desarrollo de la educación superior, porque ella forma la selección de las inteligencias que más tarde serán llamadas a regir los destinos del país. Me será grato elevar en todo lo que esté a mi alcance, a las universidades de la República y, en especial, a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, la más antigua del continente y cuyo cuatricentenario debemos celebrar, el 12 de mayo del año próximo, como un acontecimiento que nos llene de legítimo orgullo. Desde 1551, año en que fuera fundado este centro de cultura superior, siglo tras siglo, ha desenvuelto una fecunda vida espiritual. La ciencia y el arte que fueron cultivados en sus claustros, con generosa e ininterrumpida continuidad, permitieron la formación de los altos valores intelectuales del país. Es propósito mío que la celebración de su Cuarto Centenario, no sólo sea todo lo significativo y solemne que ella merece sino que coincida con un efectivo apogeo de su obra cultural. Acojo, pues, con la mayor simpatía la construcción de la Ciudad Universitaria que por su amplitud, comodidad y belleza arquitectónica será digna de sus actividades futuras.
Cuando el 31 de octubre de 1948 asumí el poder, encontré en lamentable condición la economía nacional. Un régimen arbitrario y discordante originó el veloz empobrecimiento del Estado, la multiplicación de organismos burocráticos y, lo que fue más sensible, la desvalorización de nuestra moneda. Como consecuencia del descenso de la producción se acudió a los subsidios drenando el Tesoro Público. La Junta Militar procedió a suprimirlos y a eliminar los precios topes y trabas que obstaculizaban la libertad de comercio. Merced a esta política, el país se restableció rápidamente de la postración en que se encontraba y mi Gobierno la continuará en la forma más amplia. Existirá un régimen de economía liberal, para que juegue ampliamente la ley de la oferta y la demanda, que traerá como natural consecuencia –y la experiencia lo ha demostrado- la revalorización de nuestra moneda, la riqueza y el bienestar general.
Es fundamental el incremento de la producción de los artículos básicos de la alimentación popular. Para lograrlo, es preciso que el productor nacional encuentre el necesario y equitativo estímulo a fin de que no abandone sus actividades por la pérdida que le ocasionen los precios bajos, mantenidos artificialmente, originando la carencia y falta de estos artículos que debemos comprarlos, en el extranjero, pagando elevadas cotizaciones, que no hemos querido pagarlas por los similares que se producen en el país. El efecto inmediato de esta equivocada política es la escasez, el mercado negro y, por lo tanto, la elevación incontrolable de precios. La fórmula ideal es la siguiente: el pueblo debe encontrar en el mercado todo lo indispensable para su alimentación y debe contar con los medios económicos para adquirirlo. No importa la fluctuación de precios cuando va aparejada de un reajuste de sueldos y salarios.
Reanudado el pago de la deuda externa, la Junta Militar ha cumplido con hacer las amortizaciones ofrecidas. Mi Gobierno, en beneficio del crédito nacional, continuará atendiendo, con toda preferencia, este servicio en armonía con nuestra capacidad de pago.
Nuestras leyes tributarias no son expresión de justicia fiscal. Reposan principalmente sobre el consumo que grava, sin discriminación, a asalariados y capitalistas, y afecta desproporcionadamente a las clases menos favorecidas por la fortuna. Mi Gobierno procurará realizar el ideal fiscal, legislado para que el aporte al Estado de cada ciudadano, guarde relación con la cuantía de sus rentas, previa deducción de lo que corresponde a una holgada atención a sus necesidades familiares y sustituyendo, gradualmente, los impuestos al consumo con un equitativo impuesto a la renta.
Es, también, nuestra legislación financiera, desordenada y contradictoria. Para su reforma y coordinación, la Junta Militar de Gobierno contrató la misión Klein, cuyos estudios y proyectos definitivos serán sometidos a la aprobación del Parlamento. Reformando, unificando y concordando nuestras leyes tributarias aspiro a conformar el Código Financiero de la nación, que deberá contener la clara exposición de las necesidades fiscales y de los deberes de los ciudadanos para con los servicios a cargo del Estado.
Los Presupuestos Generales de la República serán, conforme a los modernos conceptos, la expresión anual de mi renovado programa de Gobierno. Formulados con la mayor honestidad, contendrán la enumeración de las necesidades para la atención de los servicios públicos y para la realización de las obras de beneficio colectivo que el país reclama con urgencia. Las Cuentas Generales de la República darán a conocer cómo durante mi Gobierno se han manejado los dineros fiscales. La Junta Militar ha demostrado que, a pesar de haber hecho grandes inversiones para obras reproductivas, que se traducen en riqueza para todos, es factible terminar los ejercicios presupuestales con superávit.
El Plan de Obras Públicas, iniciado por la Junta Militar de Gobierno, debe seguir desarrollándose con el mismo vigoroso impulso. Irrigaciones, caminos, ferrocarriles que abran las puertas de nuestras ingentes riquezas al esfuerzo y al empeño de los peruanos y de los extranjeros, que con su natural deseo de obtener prosperidad y riqueza, nos traigan capitales y capacidad técnica. Las vías de penetración a nuestra selva, que permitirán el acceso a inexplotadas y pródigas tierras, darán oportunidad a los hombres de lucha y de trabajo para realizar grandes empresas en su beneficio propio y en el del país.
Las grandes obras de aliento iniciadas y en marcha, deben continuar ejecutándose. Nos esforzaremos en la explotación de los minerales de hierro de Morococha y en su industrialización por las instalaciones de la Corporación del Santa, lo que constituirá una fuente más de riqueza y de trabajo. La energía eléctrica que se obtendrá de las centrales, próximas a instalarse, permitirá la implantación de nuevas industrias como la de álcalis y abonos, fundamental para el incremento de nuestra producción agrícola; la de zinc; y, particularmente, la explotación en gran escala de nuestros ricos yacimientos carboníferos. De esta manera, el renglón de nuestros ingresos traerá un apreciable aumento de moneda extranjera, indispensable para mejorar nuestra balanza de pagos.
No podemos aplazar por más tiempo la resolución de nuestro problema petrolero. Si no buscamos nuevas fuentes en la costa y aún en la selva, corremos el riesgo de ver consumidos los depósitos en actual explotación. Nuestras necesidades aumentan y nuestra producción decrece y, a este paso, el Perú tendría, dentro de pocos años, que importar este combustible y sus derivados, lo que constituiría gravísima falta de previsión. De otro lado, nos obligaría a invertir una enorme cantidad de divisas, que son indispensables para otras necesidades. La riqueza de nuestro subsuelo de nada sirve mientras no se la extraiga de las entrañas de la tierra y se utilice en beneficio del país. Con arreglo a estas ideas la Junta Militar de Gobierno ha promulgado un nuevo Código de Minería para estimular esta industria básica en nuestra economía, Código que ha merecido la aprobación general y despertado el justificado interés del capital extranjero, al que ampara sin desmedro del capital nacional. Asimismo, ha elaborado un proyecto de Ley del Petróleo, que en breve someteré a la consideración de las Cámaras, convencido de que le prestarán su aprobación, teniendo en cuenta la necesidad de asegurar el porvenir de la industria petrolífera peruana.
En resumen, las riquezas del país cumplirán su primordial función social, entregándose al esfuerzo de quienes puedan hacerlas útiles a la colectividad, dentro del respeto a la soberanía del país y cautelando sus sagrados intereses.
La propiedad rural entre nosotros está sujeta a condiciones nacidas de diversas circunstancias. En la costa, por la naturaleza de los cultivos y la magnitud de las inversiones, se han formado grandes empresas agrícolas; en la sierra, junto a una misérrima parcelación comunitaria, con producción limitada, existen enormes latifundios, inconvenientes rezagos de nuestro feudalismo rural. No se trata ni de dividir la gran propiedad costeña, ni de desposeer a los propietarios del predio andino. Frente a esta situación, debe propenderse a la irrigación de tierras para que se entreguen al mayor número de trabajadores del campo, cumpliéndose así el anhelado ideal de que cada campesino trabaje su propia tierra; y debe legislarse para que el poseedor de extensos fundos los haga útiles y productivos y no mantenga la tierra como signo de un señorío inútil y estéril. El país requiere que se explote la tierra y que de ella se obtenga productos para beneficio general. Quien la tiene y no la trabaja, con espíritu patriótico y social, perjudica al Estado y al pueblo; por tanto, la ley debe contemplar en estos casos la solución correspondiente para evitar esos  males.
Mi Gobierno se complace en reconocer la importancia de las grandes empresas agrícolas de la costa, cuyos cultivos industriales, al ser explotados, constituyen la grande fuente de divisas que son tan necesarias para la adquisición de equipos industriales, elementos para la defensa nacional, medicamentos y muchos otros artículos para la vida y la salud de nuestra población y fomento de nuestra industria y economía. Su contribución al mantenimiento del Estado merece, pues, que el Gobierno preste atención preferente a sus necesidades y problemas.
La Junta Militar de Gobierno ha iniciado una laudable campaña para aumentar nuestra ganadería. Grave problema para la nación constituye la escasez de carne provocada por un régimen defectuoso que restaba atractivos a los ganaderos para la explotación de la riqueza pecuaria. La supresión de los precios topes, la libertad de comercio, la importación de sementales y otras medidas similares, han permitido el incremento en la crianza del ganado. Mi Gobierno continuará en este propósito para obtener la necesaria provisión de leche, carnes, grasas y derivados que permitan al pueblo una mejor y equilibrada alimentación.
Indudablemente, causas, que no cabe reseñar, han puesto al país, en cuanto a su administración, bajo un régimen de excesivo centralismo. Este ha dado lugar a que la vida y el desarrollo de todas las poblaciones dependan de las decisiones que, desde la capital, dicte el Poder Ejecutivo. El progreso de las ciudades y poblaciones se hipertrofia. Sus habitantes, así como los trabajadores del campo, emigran a Lima, abandonando tierras y ocupaciones, en busca de mejores oportunidades y de un medio más amplio para el desarrollo de sus actividades. Como la situación ha empeorado con la creación de mecanismos de complejo y moroso funcionamiento burocrático, debemos ir, paulatina pero seguramente, a la desconcentración administrativa, robusteciendo a los organismos locales y dándoles la necesaria autonomía económica, para que estén en condiciones de satisfacer las necesidades de ciudades y pueblos y realicen sus funciones específicas, las que hoy están a cargo del Estado, que no las puede atender, oportuna y debidamente, por la distancia y otras dificultades de orden material.
La Junta Militar de Gobierno no descuidó las necesidades de nuestra defensa nacional y ha mantenido a las Fuerzas Armadas en un plano de eficiencia compatible con los recursos de la nación. Mi Gobierno se preocupará en dotarlas de los elementos necesarios que le permitan el cumplimiento de sus fines y deberes esenciales. Y descuidaría aspecto importante de sus obligaciones si no continuase considerando al cuartel como extensión de la escuela y como precioso crisol de las virtudes ciudadanas. La construcción de cuarteles, como la de escuelas, ha de merecer por parte de mi Gobierno, preferente atención, llevando adelante el plan de construcciones ya establecido.
El Poder Judicial no goza de la necesaria autonomía. Sus magistrados son nombrados por el Poder Ejecutivo o por el Poder Legislativo, los que, además, le fijan el régimen económico. Es mi propósito que se ponga término a esta situación en que se encuentra un respetabilísimo Poder del Estado, encargado de la augusta función de administrar justicia en nombre de la nación. Mi Gobierno guardará con él las más cordiales relaciones, respetando y haciendo respetar sus fallos y proporcionándole, con la mayor amplitud, todos los medios que requiera para el cumplimiento de su altísima misión.
Durante mi Gobierno propondré indispensables reformas que requieren nuestros Códigos: Penal, Civil, de Procedimientos Penales, Procedimientos Civiles y, de modo urgente, el Código de Comercio. Es indispensable la modificación de nuestro régimen carcelario. Las cárceles están congestionadas de presos que viven en locales malsanos, que lejos de servir a la regeneración de los delincuentes los pervierten aun más. Por ello se planeó el establecimiento de colonias penales para determinados delincuentes. Se estudiará el modo de que esos establecimientos rindan la indispensable función que les fija la ley.
Señores Representantes:
El país os ha conferido un sagrado mandato. Estoy seguro de que lo cumpliréis con patriotismo ejemplar, dedicándoos por entero a la solución de los problemas nacionales. El Poder Ejecutivo, que yo presido, debe contar con vuestra valiosa e indispensable cooperación, para llevar a cabo su programa de Gobierno, y desea que exista entre los dos Poderes esa armonía, esa comunión de ideales y de acción, imprescindible para la vida de la República. Y esta invocación a vuestras virtudes, la hago, también, a cada uno de mis conciudadanos. Es hora de trabajar por la patria. A cada uno de nosotros toca parte de la responsabilidad de hacer un Perú fuerte, grande y feliz.
Llego al poder sin rencores, sin odios, animado del hondo y fervoroso propósito de hacer el bien a todos los peruanos. Propicio la unión y la armonía entre mis compatriotas. Me sentiría correspondido si en la obra común ponen la crítica constructiva junto al afán de beneficio colectivo. Luchemos por un Perú unido. Excluyamos definitivamente el sectarismo marxista. La mano firme de mi Gobierno, con la colaboración ciudadana, espera conducir a la patria por el amplio y luminoso camino de la cultura, de la grandeza material y de la democracia.
No puedo terminar esta breve exposición sin dejar expresa constancia de mi agradecimiento a mis compañeros de armas que han colaborado, en la Junta Militar de Gobierno, con todo el entusiasmo y sano propósito que abriga el alma del soldado peruano. Su lealtad y patriotismo han permitido conjurar una grave crisis política y devolver al país su normalidad constitucional, después de haber realizado durante el corto periodo que ha estado en el poder, obra constructiva en todos los ramos de la administración pública. Por ello merecen todos sus miembros y, en particular, el general Zenón Noriega, que la presidió durante los dos últimos meses, la gratitud nacional.
Se inicia el Gobierno Constitucional, que yo presido en el año sanmartiniano. Esta coincidencia debo considerarla simbólica. En su país natal y en esta tierra peruana de la que fuera Protector el Generalísimo José de San Martín, estamos recordando sus excelsas virtudes, su bizarría, su sacrificio, su honradez y su noble desinterés. Su recuerdo y su ejemplo siempre viven en el corazón de todo peruano. Yo le rindo el homenaje de mi pleitesía y admiración en este momento, el más solemne de mi vida. He jurado por Dios y por la patria, cumplir fiel, leal y honorablemente los altísimos deberes del cargo que me ha conferido la voluntad del pueblo. Invoco, en este momento trascendental, la protección de la Divina Providencia para que me ayude a sobrellevar las graves responsabilidades que sobre mí han recaído y para que me ilumine y me dé acierto en mis decisiones.

Así sea con la voluntad de Dios.

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